El arte de Por Santa María tomó su nombre de una calle
central de Florencia que conduce directamente al Ponte Vecchio; el puente
tantas veces fotografiado que atraviesa el rio Arno, lleno de comercios y con
un pasaje secreto construido en 1565 para el duque de Florencia Cosimo I. Hay
registros de hiladores de seda comerciando en Por Santa María que datan de 1100,
un siglo antes que se unieran a los orfebres para formar su propio gremio. Los
mercaderes de seda y otros florentinos acaudalados recorrían Por Santa María
comparando precios mientras que sus sirvientes peinaban el Pote Vecchio
comprando el género de los carniceros que poblaban el puente durante los
primeros siglos del milenio.
Hoy todavía están allí. Si caminamos al norte del Ponte
Vecchio una mañana de un día laborable, encontraremos aún comercios que venden
finas sedas; algunos ofrecen productos manufacturados como blusas o bufandas,
otros directamente la materia prima, como sucedía mil años atrás. ¿Aprenden las
ciudades, no los indiciduos que las pueblan, no las instituciones que las
apadrinan, sino las ciudades mismas? Pienso que la respuesta es que sí. Y los
hiladores de seda de Florenciapueen ayudar a explicar por qué.
El aprendizaje es una de las actividades que generalmente
asociamos al conocimiento consciente, como enamorarse o llorar la pérdida de un
familiar. Sin embargo, el aprendizaje es un fenómeno complejo que se da en
varios niveles simultáneamente, Cuando decimos que “nos aprendemos la cara de
alguien”, la afirmación contiene una fuerte implicación de la consciencia: se
siente algo distinto cuando se ve a alguien que se conoce, y esa sensación de
reconocimiento es parte del significado de aprender hasta el punto que puede,
en ocasiones, parecer intercambiable con la experiencia misma.
Pero el aprendizaje no depende siempre de la consciencia.
Nuestro sistema inmunológico aprende a lo largo de nuestra vida construyendo un
vocabulario de anticuerpos que evoluciona en respuesta a la amenaza de
microorganismos invasores. La mayoría de nosotros a desarrollado inmunidad al
ciruz varicella-zoster, la varicela, como resultado de nuestra exposición al
virus en la infancia temprana. Esa inmunización es un proceso de aprendizaje:
los anticuerpos de nuestro sistema inmunológico aprenden a hacerlo sobre la
marcha, sin ningún entrenamiento específico. Esos anticuerpos funcionan como un
“sistema de reconocimiento”, de acuerdo con la frase de Gerald Edelman; atacan
al virus con éxito y almacenan información sobre él, después recuerdan la
información en la siguiente oportunidad en que el virus es detectado por el
radar.
Como un bebe de seis meses, el sistema inmunológico aprende
a reconocer lo que es diferente de él, luego intenta controlarlo. El hecho de
que funcione tan bien es sólo una parte de este asombroso proceso. Tabién de
asombroso es que el reconocimiento se dé en un nivel puramente celular: no
somos consientes del virus varicella-zoster en ningún sentido de la palabra, y
mientras que nuestras mentes puedan recordar cómo fue tener la varicella de niños,
nuestra memoria consciente no tiene nada que ver con nuestra resistencia a la
enfermedad.
El cuerpo aprende de forma inconsciente y lo mismo ocurre
con las ciudades, por que le aprendizaje no consiste únicamente en ser
conscientes de la información; es también una cuestión de almacenar información
y saber donde encontrarla. Se trata de ser capaz de responder al cambio de
patrones, como el software Pandemónium de Oliver sedfridge o como las hormigas
granívoras de Deborah Gordon; de alterar la conducta de un sistema a esos
patrones para hacer al sistema más eficaz respecto a los objetivos que
persigue. El sistema no necesita ser consciente de que es capaz de ese tipo de
aprendizaje, al igual que nuestro sistema inmunológico no necesita ser capaz
consciente de que aprende a protegernos de la varicela.
Imaginemos un ciudadano de la Florencia contemporánea que
viaja a ochocientos años atrás en el tiempo, a la edad de oro de los gremios.
¿cómo sería esa experiencia, el encuentro con el pasado? Sería en buena medida
desconcertante: pocos símbolos de la Florencia moderna existían entonces, los
Uffizi, por ejemplo, o la iglesia de San Lorenzo. Solo Il Domo sería
reconocible, y el palacio público del Bargello. A grandes rasgos, la mayoría de
las calles le resultarían familiares, pero en muchos de los casos sus nombres
habrían cambiado y nuestro viajero en el tiempo no encontraría casi nada reconocible
en los edificios de aquella época no se parecerían en nada a los de la
Florencia de nuestros días. Nuestro viajero en el tiempo reconocería algunas
palabras en la lengua hablada, ya que la lengua italiana actual es producto de
la cultura Florentina de principios del milenio. Pero si viajara a cualquier
parte de Italia, se enfrentaría a serios problemas lingüísticos: hasta avanzado
el siglo XIII, el latín era la lengua común a todos los habitantes de la actual
Italia. Y sin embargo, a pesar de esta confusió, algo extraordinario permanece:
nuestro viajero en el tiempo aún sabría dónde comprar un metro de seda. Si
avanzáramos unos pocos cientos de años, también
sabría dónde comprar un brazalete de oro y dónde comprar guantes de
cuero o dónde pedir un préstamo. No estaría equipado para comprar nada, ni
siquiera para comunicarse de una manera inteligible con los vendedores, pero si
sabría donde encontrar esos productos.
Como cualquier sistema emergente, una ciudad es un patrón en
el tiempo. Decenas de generaciones se suceden, los conquistadores vencen y son
vencidos, aparecen la imprenta, el motor a vapor, luego la radio televisión la
web…, y bajo toda esa turbulencia, un patrón mantiene su forma: los hiladores
de seda agrupados a lo largo de Por Santa María en Florencia, los sopladores de
vidrio en Murano en Venecia, los comerciantes parisinos reunidos en Les Halles.
El mundo convulsiona cambia cien veces de piel, y sin embargo los hiladores de
seda mantienen su lugar.
Sistemas emergentes
Steven Johnson
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